Paz y tranquilidad, sosiego.

Detenerse ante el ritmo trepidante de nuestra vida. Desacelerar el paso. Pararse en seco y, si es necesario, incluso desandar lo andado. Hasta donde haga falta con tal de ver con perspectiva.

Pararse a escuchar el rugido del mar, el bramido del viento o el latido del crepitar de una hoguera. Pararse para escuchar el susurro de las hojas y escarbar con los pies descalzos en la arena de la playa. Para sumergirse en las raíces de todo lo anterior, de todo lo que te rodea y de ti mismo.

La Tierra es eso. Las raíces en las que se sustenta todo. La mirada de los tejos ancianos que han visto más que nadie, el vértigo de asomarnos al vacio y la lentitud necesaria para contemplar la inmensidad tal y como se merece.

Alejarse de la inmediatez, observar, meditar, recomponerse un poco por dentro y admirar todo nuestro alrededor.

Tener el tiempo suficiente para valorar lo que tenemos delante, las personas a las que amamos, que nos cuidan y que, aunque a veces nos cueste, cuidamos.

La vida no es más que una apacible y sosegada armonía que necesita de esa lentitud para florecer, para formarse como tal.

Elegir la Tierra no es excluir al Agua, al Viento y al Fuego, sino aceptar una forma de acercarse a todos ellos. Con la mesura suficiente para vivir y apreciar cada momento.

La Tierra no es solo evitar el agobio abrasador de la ciudad, sino una posición enfrentada a esta vida, una lucha constante contra lo frenético y todos sus defensores.

 


Paz y tranquilidad, sosiego.

Detenerse ante el ritmo trepidante de nuestra vida. Desacelerar el paso. Pararse en seco y, si es necesario, incluso desandar lo andado. Hasta donde haga falta con tal de ver con perspectiva.

Pararse a escuchar el rugido del mar, el bramido del viento o el latido del crepitar de una hoguera. Pararse para escuchar el susurro de las hojas y escarbar con los pies descalzos en la arena de la playa. Para sumergirse en las raíces de todo lo anterior, de todo lo que te rodea y de ti mismo.

La vida es eso. Las raíces en las que se sustenta todo. La mirada de los tejos ancianos que han visto más que nadie, el vértigo de asomarnos al vacío y la lentitud necesaria para contemplar la inmensidad tal y como se merece.

Alejarse de la inmediatez, observar, meditar, recomponerse un poco por dentro y admirar todo nuestro alrededor.

Tener el tiempo suficiente para valorar lo que tenemos delante, las personas a las que amamos, que nos cuidan y que, aunque a veces nos cueste, cuidamos.

La vida no es más que una apacible y sosegada armonía que necesita de esa lentitud para florecer, para formarse como tal.

Elegir la vida no es rehuir de la muerte, sino aceptar una forma de acercarse a ella. Con la mesura suficiente para vivir y apreciar cada momento.

La vida no es solo evitar el agobio abrasador de la ciudad, sino una posición enfrentada a ella, una lucha constante contra lo frenético y todos sus defensores.

 

Dubhe