Esta es la historia de un ser diferente a los demás. Parte de dragona, parte de bruja y parte de gigante que demostraban que no estábamos precisamente ante el común de los comunes.

Era una dragona, de eso no había ninguna duda, pues ningún otro ser puede albergar tanto fuego en su interior.

Era una bruja, nadie podía negarlo, pues otra persona es  incapaz de hacer semejantes sortilegios.

Era una giganta, obviamente, pues ningún humano puede tener tales dimensiones.

Así comienza nuestra cuento, con un ser nada común con una historia nada común.

Por suerte, ésta su historia no aparece en ninguna de esas leyendas de la antigüedad en las que la humanidad se dedicaba a aniquilar todo aquello que fuese diferente. Tampoco, y pese a ser real, aparece en los libros de historia, pues los excelsos eruditos jamás se pararon a contemplar lo que está recubierto de sencillez.

Esta historia solo la sabemos quienes tuvimos el placer de conocerla. Y pese a que ya hace algún tiempo que murió, sigue viva en cada una de las poesías que escribió y en cada uno de los corazones que la amaron y que ella amó.

Pocas dragonas, brujas o gigantas se recuerdan que escribieran poesía.

Era especial. Llena de peculiaridades.

Aun teniendo unos brazos no muy largos parecía que su abrazo lo abarcaba todo. Veíamos, sin verlo, sentíamos, como sus brazos se estiraban hasta llegar mucho más allá de nuestros cuerpos, hasta que las distancias desaparecían penetrando en lo más profundo de nuestros pechos.

Abrazos que duran eternamente, incluso ahora cuando ya no está.

Daba igual que fueses amigo, familia, enemigo o completo desconocido: el abrigo de su abrazo no conocía ni límites ni fronteras, con una mirada era capaz de saltar océanos y romper murallas y… ¡ay! la sinceridad de su sonrisa podía hacer que el mundo entero cayese a sus pies.

Las armas, las ofensas, insultos y desprecios no tenían cabida en su presencia. Solo con su eterno amor y cariño era capaz de derretir toda hostilidad.

Era fascinante su capacidad de unión, de cuidar, de desprender amor, de hacer un nido, un hogar.

Podría haberse comido el mundo si así hubiese querido (o la hubiesen dejado), pero en lugar de eso se sentó al lado del fuego a ver crecer los gatos y nacer las rosas, mientras seguía aprendiendo de sus 9 árboles y 13 ramas de vida y de todo aquel que se dejase ver por aquella cocina.

Y pese a todas las situaciones difíciles que afrontó y superó, todas ellas dignas de una serie de novelas, y de lo increíblemente inteligente que era, nunca ostentó ser algo más que ella misma: simple y llanamente alguien genuina en su especie.

Con más fuego interno y cariño que cualquier humano, dignos de cualquier dragona.

Con más errores, remiendos y recetas a la espalda que cualquier persona, dignas de cualquier bruja.

Con un corazón infinitamente más grande que cualquier ser, digno de cualquier giganta.

Y pese a todo eso, era la más humana entre las humanas.

Ojalá aprendamos alguna vez a amar como ella lo hizo.

Ojalá aprendamos alguna vez a perdonar a los demás, sobre todo a nosotros mismos, como solo ella sabía.

Ojalá, algún día, todo el mundo pueda conocer a una dragona, a una bruja y a una giganta como ella.

Ojalá, algún día, tengáis una abuela como la mía.

 

 

Dubhe.