Vivimos la obsesión por el desapego.

Evitamos entrelazarnos,
odiamos depender,
aborrecemos la desnudez del abandono,
huimos de la vulnerabilidad del rechazo.

No queremos exponernos a los elementos:
a las tormentas de llanto,
a los inviernos de la despedida,
a los huracanes de los enfados,
a las sequías de la soledad.

No desear, para no sufrir.
No ilusionarse para no decepcionarse.
No pasear es la mejor forma de no perderse.

Y yo quiero entrelazarme,
que se me metan por dentro las personas.

Por la frente,
por la espalda,
por el oído, por la sonrisa,
por los ojos, el gusto, los gestos,
por la risa, por las manos, por los abrazos,
hasta el pecho y toda la piel.

Por las cañas, por los viajes, por los conciertos.
Por los susurros y las notitas en clase,
por las cartas manuscritas,
incluso por los e-mails, los chats y el telegram.
Por asambleas, por manis,
por jornadas, por charlas, por ferias,
porque sí.

No fundirme, no.
No confundirme, no.
Sí entretejerme.
Sí trenzar, urdir, hilar.

Hacernos nudos de momentos, crear tejidos de historias.
Saber que hay un yo y hay un tú.
Que tú eres tú y yo soy yo.
y que yo soy yo en relación a vosotras
y vosotros.

Que no existen “yoes” y “túes” separados.
Que bebemos unas de otras mucho más de lo que pensamos.

No quiero prevenir, quiero arriesgar.
Vivir lo momentáneo y hacerlo eterno.
Y si toca curar, ya curaré,
no me asustan las heridas.

Me asusta que la vida pierda luz, obsesionada por evitarlas.

Nuki Feminazgul