Estoy hecho de otras personas, de sentarme en una esquina del salón y aprender mientras escucho las experiencias y vidas de todos los que me rodean.

Del caminar de las orugas, despacio pero firme, invisible para el ojo del que tiene prisa.

De los que no van con prisa, de los que se detienen a oler las flores a su paso y de los que contemplan las hierbas que nacen entre los adoquines.

De aquellos a los que no les importa reconocer sus errores y disfrutan aprendiendo de ellos. De los que sonríen por la calle y de los se fijan en los detalles.

De los que saben cuando una persona se siente sola. De los que se agachan para escuchar a los niños y de los que no necesitan que haya niños para seguir siendo uno.

De los que no tienen nada pero lo tienen todo en sus abrazos y de las miradas de quien ha conocido la muerte y aun así, ahi siguen.

Estoy hecho de las eternas conversaciones con mi abuela, del apretar de sus manos con las mías mientras me daba más cariño del que pude soñar y, en definitiva, de pensar que estaría orgullosa de nosotros, de como vamos aprendiendo a cuidar ese hilo invisible que siempre nos mantendrá unidos.

 

 

Dubhe. Septiembre 2019