Relatos 0

Decís que tengo la cabeza llena de pájaros. Y tenéis razón. Miles de cuervos negros tienen por hogar mi cerebro. Tan distinguidos huéspedes me traen problema a diario. La convivencia es dura, que cuando están nerviosos destrozan lo que encuentran a su paso. Los platos rotos los pago yo. Con todo y por eso, espero que sigamos siempre juntos. Que cuando están tranquilos recrean mi vista y mis oídos, y puedo ver que ellos han visto mucho mas que yo… Lo huelo en su mirada que tiene el brillo inconfundible de aquellos que comprenden lo que puede ser y lo que es. Observo su plumaje, tienen el negro como único color, para expresarse tal y como son. Y aunque apenas vuelen, cuando lo hacen remueven mi interior. Estoy enamorado de hoy, por eso espero que sigamos siempre juntos. Prefiero mis pájaros que vuestras jaulas.

Crío Cuervos.

Explicándole mi depresión a mi madre: una conversación.

Mamá, mi depresión va cambiando de forma. Un día es tan pequeña como una luciérnaga en la palma de un oso. Al siguiente, es el oso. En estos días, me hago la muerta hasta que el oso me deja tranquila.

Llamo a los días malos «días oscuros».

Mamá dice: «prueba a encender velas». Cuando enciendo una vela veo el destello de una iglesia, el parpadeo de una llama que trae recuerdos antiguos.

Estoy de pie junto a su ataúd abierto, es el momento en el que me doy cuenta de que cada una de las personas que conozco algun día morirá.

Además, mamá, no le tengo miedo a la oscuridad. Quizás eso sea parte del problema.

Mamá dice: «pensaba que el problema era que no podías salir de la cama». No puedo. La ansiedad me retiene como rehén dentro de mi casa, dentro de mi cabeza.

Mamá dice: «¿De dónde viene la ansiedad?» La ansiedad es el primo que viene a visitarnos y obliga a la depresión a invitarla a la fiesta.

Mamá, yo soy la fiesta. Solo que soy la fiesta en la que no quiero estar.

Mamá dice: «¿Por qué no vas a fiestas reales? Queda con tus amigos». Claro, hago planes, hago planes pero no quiero ir. Hago planes porque sé que debería querer ir, sé que alguna vez me hubiera gustado ir pero no es tan divertido ir a pasarlo bien cuando no quieres pasarlo bien, mamá.

¿Sabes qué mamá? Cada noche el insomnio me levanta en brazos y me deja en la cocina en el leve resplandor de la luz de la estufa. El insomnio tiene esta manera romántica de hacer que la luna sea la compañera perfecta.

Mamá dice: «prueba a contar ovejas». Pero mi cabeza solo cuenta razones para seguir despierta, así que doy paseos. Pero mis rotulas tartamudean y tintinean como cucharas de plata sujetadas por frágiles muñecas, resuenan en mis oídos como torpes campanas de iglesia recordándome que estoy sonámbula en un océano de felicidad en el que no me puedo bañar.

Mamá dice: «ser feliz es una decisión». Pero mi «felicidad» está vacía como un huevo con agujeros. Mi «ser feliz» es una fiebre tan alta que va a estallar.

Mamá creo que cuando estaba mal aprendí a convertir la furia en soledad y la soledad en mantenerme ocupada. Cuando te digo que estuve muy ocupada, digo que me estuve quedando dormida viendo la televisión en el sofá para evitar ver el vacio de mi cama.

Pero mi depresión siempre me arrastra a mi cama. Hasta que mis huesos son los fósiles olvidados de una ciudad cubierta de esqueletos. Mi boca un cementerio de dientes rotos por morderse a sí mismos. Y el auditorio hueco de mi pecho se desvanace con ecos de latidos. Pero soy un turista descuidado. Nunca sabré realmente dónde he estado.

Mamá dice que soy muy buena dándole importancia a lo insignificante y me pregunta de repente si tengo miedo a morir. ¡No! Tengo miedo de vivir. ¡Mamá me siento muy sola!

Pero mamá sigue sin entenderlo. Mamá, ¿es que no ves que yo tampoco lo entiendo?

 

Sabrina Benaim.

Vía Láctea