Recitales 15

La poesía es la superación del diestro que no tiene diestra, de la niña que no se puede comparar con su padre, de aquella mujer de ochenta y pico a la que le arrebataron sus sueños por tener que cuidar de todos.

Eso es poesía y a la mierda la poesía convencional.

Dejemos de buscar lo extraordinario en películas y novelas de ficción y empecemos a verlo en el salón de nuestra casa.

Dejemos de buscar poesía en los versos más repetidos y sin sentido para nuestras almas que escribió alguna persona que no ha visto lo que nosotros y parémonos a ver a todas aquellas personas, lugares y momentos que nos pasan por delante y nos dan igual.

Dejemos de leer al autor polaco de moda y démosle un abrazo a nuestra abuela, mientras nos hacemos una infusión caliente y le escuchamos contarnos su vida.

 

 

 

Dubhe. 2018/19

Recitales 14

Disfrutar de la melancolía mientras me descubro mirando las nubes, esas que son como acuarelas de sueños desparramados por el cielo, jirones de historias y experiencias que se entremezclan formando telarañas de algodón y recuerdos.

¿Cómo no voy a amar mi nostalgia con un espectáculo como éste?

 

Dubhe.

(¿2018?)

Recitales 13

Esta es la historia de un ser diferente a los demás. Parte de dragona, parte de bruja y parte de gigante que demostraban que no estábamos precisamente ante el común de los comunes.

Era una dragona, de eso no había ninguna duda, pues ningún otro ser puede albergar tanto fuego en su interior.

Era una bruja, nadie podía negarlo, pues otra persona es  incapaz de hacer semejantes sortilegios.

Era una giganta, obviamente, pues ningún humano puede tener tales dimensiones.

Así comienza nuestra cuento, con un ser nada común con una historia nada común.

Por suerte, ésta su historia no aparece en ninguna de esas leyendas de la antigüedad en las que la humanidad se dedicaba a aniquilar todo aquello que fuese diferente. Tampoco, y pese a ser real, aparece en los libros de historia, pues los excelsos eruditos jamás se pararon a contemplar lo que está recubierto de sencillez.

Esta historia solo la sabemos quienes tuvimos el placer de conocerla. Y pese a que ya hace algún tiempo que murió, sigue viva en cada una de las poesías que escribió y en cada uno de los corazones que la amaron y que ella amó.

Pocas dragonas, brujas o gigantas se recuerdan que escribieran poesía.

Era especial. Llena de peculiaridades.

Aun teniendo unos brazos no muy largos parecía que su abrazo lo abarcaba todo. Veíamos, sin verlo, sentíamos, como sus brazos se estiraban hasta llegar mucho más allá de nuestros cuerpos, hasta que las distancias desaparecían penetrando en lo más profundo de nuestros pechos.

Abrazos que duran eternamente, incluso ahora cuando ya no está.

Daba igual que fueses amigo, familia, enemigo o completo desconocido: el abrigo de su abrazo no conocía ni límites ni fronteras, con una mirada era capaz de saltar océanos y romper murallas y… ¡ay! la sinceridad de su sonrisa podía hacer que el mundo entero cayese a sus pies.

Las armas, las ofensas, insultos y desprecios no tenían cabida en su presencia. Solo con su eterno amor y cariño era capaz de derretir toda hostilidad.

Era fascinante su capacidad de unión, de cuidar, de desprender amor, de hacer un nido, un hogar.

Podría haberse comido el mundo si así hubiese querido (o la hubiesen dejado), pero en lugar de eso se sentó al lado del fuego a ver crecer los gatos y nacer las rosas, mientras seguía aprendiendo de sus 9 árboles y 13 ramas de vida y de todo aquel que se dejase ver por aquella cocina.

Y pese a todas las situaciones difíciles que afrontó y superó, todas ellas dignas de una serie de novelas, y de lo increíblemente inteligente que era, nunca ostentó ser algo más que ella misma: simple y llanamente alguien genuina en su especie.

Con más fuego interno y cariño que cualquier humano, dignos de cualquier dragona.

Con más errores, remiendos y recetas a la espalda que cualquier persona, dignas de cualquier bruja.

Con un corazón infinitamente más grande que cualquier ser, digno de cualquier giganta.

Y pese a todo eso, era la más humana entre las humanas.

Ojalá aprendamos alguna vez a amar como ella lo hizo.

Ojalá aprendamos alguna vez a perdonar a los demás, sobre todo a nosotros mismos, como solo ella sabía.

Ojalá, algún día, todo el mundo pueda conocer a una dragona, a una bruja y a una giganta como ella.

Ojalá, algún día, tengáis una abuela como la mía.

 

 

Dubhe.

Relatos 31

‘¿Mi patria? Mi patria está allí donde llueve.’

 

Canción de pastores del Norte de Somalia

Sacado del libro Ébano de Ryszard Kapuscinski.

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“You are the universe, expressing itself as a human for a little while.”

Eckhart Tolle

Ausentarse

La crisis de la atención en las sociedades contemporáneas

 

Zapping, multitarea y scrolleo constante, intolerancia al silencio, incapacidad de recogimiento y concentración, distracción crónica e indiferencia permanente al entorno más inmediato…

Hoy en día nunca estamos en lo que estamos.

¿Es esta crisis generalizada de la atención otra manifestación más de la «crisis de presencia» de nuestra época? La crisis de la presencia nos habla de una dificultad de acceso a la experiencia del presente. Vamos a verlo más despacio.

El modelo dominante de ser es el «sujeto de rendimiento»: constantemente movilizado, disponible y conectado, siempre gestionando y actualizando un «capital humano» que somos nosotros mismos (capacidades, relaciones, marca personal), obligadamente autónomo, independiente y autosuficiente, flexible y sin «cargas».

Este sujeto de rendimiento nunca está en lo que está, sino más allá. Más allá de sí mismo, más allá de los lazos que le atan, más allá de las situaciones que habita: en constante autosuperación y competencia con los demás, forzando al mundo para que rinda más y más. El presente que vive sólo es un medio de otra cosa: algo mejor que nos aguarda después, luego, más tarde. Nos creemos muy ateos, pero vivimos religiosamente en diferido, sacrificando a chorros el presente en nombre de una salvación para mañana.

Este sujeto de rendimiento entra hoy en crisis por todas partes, tanto dentro como fuera de nosotros mismos: se multiplican los problemas sociales y ecológicos, las fisuras, las averías y los malestares íntimos (ataques de pánico y ansiedad, cansancio y depresión). Es decir, no somos capaces de ser según las formas de ser dominantes. ¿Qué se puede hacer con estas crisis?

Podemos simplemente buscar «prótesis» que nos permitan tapar los agujeros y seguir con el ritmo de la productividad incesante: terapias, pastillas, mindfulness, dopajes varios, intervalos de descanso y desconexión para quien pueda permitírselos, adicciones, afectividades compensatorias, consumo de identidades, de intensidades, de relaciones, chutes de autoestima (reconocimiento, likes), etc.

Podemos volver nuestro sufrimiento contra nosotros mismos o los demás: autoagresión, lesiones, rabia reactiva, resentimiento y búsqueda de un chivo expiatorio, de un «culpable» de lo que nos pasa.

Podemos buscar también formas de borrarnos del mapa. Frente al mandato de «siempre más» del sujeto de rendimiento, ensayar una retirada radical. «La vida no me interesa ya, hace demasiado daño, sin embargo no me quiero morir». David Le Breton llama «blancura» a ese estado y repasa las diferentes maneras que hay de mantenerse lejos del mundo para no ser afectados por él: no ser nadie, librarse de toda responsabilidad, no exponerse, hibernar, dormir tal vez soñar, pero en todo caso nunca estar…

Frente al yo como unidad productiva siempre movilizada, desaparecer. Desaparecer en tu cuarto propio conectado (el hikikomori), desaparecer en el exceso de alcohol y velocidad, desaparecer en una secta, desaparecer en la anorexia, desconectarse, desafiliarse, abdicar: no ser.

La «blancura», como fuga a un no lugar y huelga de identidades, es ambivalente: puede cronificarse, puede ser tan sólo una prótesis (tras un periodo de desaparición, volvemos con las pilas recargadas) o puede ser tal vez un principio de resistencia y bifurcación existencial.

La crisis de la presencia es pues circular. Hay ausencia en el modo de ser hegemónico: el sujeto de rendimiento que corre y corre distraído hacia algo más allá. Hay ausencia en los síntomas de nuestra inadecuación al modelo: el malestar expresado en los desórdenes de la atención. Hay ausencia en las respuestas que elaboramos al daño: las formas de anestesia e insensibilización radical.

No estamos en lo que estamos porque tampoco el mundo está donde está. Se organiza desde principios abstractos que lo fuerzan exteriormente: rendimiento, capitalización, acumulación. La recuperación de la atención es inseparable de un proceso más amplio de transformación social. De creación -entre el ser y el no ser, entre el sujeto productivo y la blancura- de otras formas de estar en el mundo. De estar-ahí, de estar presentes y en el presente, de estar atentos.

La atención como trabajo negativo

Estar presentes es estar atentos. Pero, ¿qué es la atención? Para pensarla, hay que salir antes que nada del modelo exclusivo de la lectura: actividad única, lineal, concentrada en una sola tarea, solitaria. La lectura es una forma de la atención, no el ejemplo de toda atención.

La atención es, en primer lugar, un trabajo negativo: vaciar, quitar cosas, de-saturar, suspender, abrir un intervalo, interrumpir… Es Simone Weil, la pensadora por excelencia de la atención, quien ha sabido ver y explicar mejor esto.

En un texto maravilloso, pensado como inspiración para los profesores y las alumnas de un colegio católico, Weil afirma que la formación de la atención es el verdadero objetivo del estudio y no las notas, los exámenes, la acumulación de saber o de resultados.

Weil distingue atención de concentración o «fuerza de voluntad»: apretar los dientes y soportar el sufrimiento no garantiza nada a quien estudia, porque el aprendizaje no puede ser movido más que por el deseo, el placer y la alegría. La atención es más bien una especie de «espera» y de «vaciamiento» que permite acoger lo desconocido.

Atender es en primer lugar dejar de atender a lo que supuestamente debemos atender: detener radicalmente la atención codificada, programada, automatizada y guionizada de la búsqueda de logros, objetivos o rendimiento.

«La atención consiste en suspender el pensamiento, en dejarlo disponible, vacío y penetrable al objeto, manteniendo próximos al pensamiento, pero en un nivel inferior y sin contacto con él, los diversos conocimientos adquiridos que deban ser usados».

Hay que vaciarse de a prioris para volvernos capaces así de atender (escuchar, recibir) lo que una situación particular nos propone y tiene para entregarnos. Vaciarse no significa olvidar o borrar lo aprendido, sino más bien ponerlo entre paréntesis para poder captar así la novedad y la singularidad de lo que viene.

¿Cómo vaciarse? Simone Weil anima por ejemplo a reconocer la propia estupidez, a volver una y otra vez sobre nuestros errores para bajarle los humos al orgullo: el orgullo es un obstáculo para el aprendizaje, sólo aprende quien se deja «humillar» por lo que desconoce.

«La mente debe estar vacía, a la espera, sin buscar nada, pero dispuesta a recibir en su verdad desnuda el objeto que va a penetrar en ella… El pensamiento que se precipita queda lleno de forma prematura y no se encuentra ya disponible para acoger la verdad. La causa es siempre la pretensión de ser activo, de querer buscar».

Atender es aprender a esperar, una cierta pasividad. Todo lo contrario de los impulsos que nos dominan hoy día: impaciencia, necesidad compulsiva de opinar, de mostrar y defender una identidad, falta de generosidad y apertura hacia la palabra del otro, intolerancia a la duda, googleo y respuesta automática, cliché…

El embotamiento actual de la atención está relacionado con estas formas de saturación. Una buena maestra empieza entonces por vaciar: bajar las defensas, abrir los corazones y los espíritus, ayudar a desamarrarse de las propias opiniones, a cogerle el gusto a explorar lo desconocido, sin miedo, ni ansiedad, en confianza. Esta atención no se «enseña», sino que se ejercita. Se enseña mediante el ejemplo y la práctica.

Atender a lo que pasa

En segundo lugar, la atención es la capacidad de entender lo que pasa. Pero, ¿qué es lo que pasa? Dos cosas al menos.

-Por un lado, lo que pasa no es lo que decimos que pasa: lo que declaramos, lo que significamos, las ideas que tenemos. Decimos una cosa y está pasando otra.

Lo que pasa es del orden de las energías, de las vibraciones, del deseo. El deseo se malentiende mucho hoy como capricho volátil o búsqueda de un objeto que falta, pero lo comprenderemos mejor si lo pensamos como una fuerza que nos pone en movimiento, que nos hace hacer, que da lugar. Deseo es lo que pasa. Atención por tanto es la capacidad de escuchar y seguir el deseo: de atenderlo, de inventarle formas para que pase.

Por ejemplo el deseo de pensar en una situación de aprendizaje. El deseo de dar y recibir amor en una situación amorosa. El deseo de transformación en una situación política.

Atender a lo que pasa es entender y encender las ganas, eso a lo que cada cual se anima en un aula, en una relación, en una revolución. Denise Najmanovich, investigadora argentina, me avisa de que la etimología de atención tiene que ver con la yesca, lo que necesitamos para encender una llama (y se trata de avivarla una y otra vez).

Atención al ritmo y no sólo al signo: lo que pasa no es lo que decimos, lo explícito, lo codificado. Atención a los detalles: lo que pasa es singular y no el caso de una serie previa. Atención al proceso: lo que pasa varía, tiene mareas altas y bajas, no es siempre igual.

-Por otro lado, lo que pasa pasa «entre» nosotros. La atención no es (sólo) concentración o recogimiento en uno mismo: estar concentrado en uno mismo puede ser de hecho a veces la mejor manera de no poner atención y salirse de una situación.

En un aula, en una relación, en una revolución, atención es atención a la energía que está pasando «entre» nosotras. Una sensibilidad transindividual.

Una atención «convergente» o «ecológica» dice el francés Yves Citton en un libro estupendo sobre el tema: la atención de uno interfiere con la de los otros, miramos y atendemos lo que los demás miran y atienden, cada situación es una trama compleja de vínculos y la atención es capacidad de percibir esa trama relacional, ese sistema de resonancias. Incluso la menor de las conversaciones requiere activar esta atención convergente si no queremos que sea sólo una sucesión de monólogos.

Enchufados

Estamos en lo que estamos cuando estamos atentos. Sin distancia e implicados, vibrando con la energía de la situación, «enchufados» como dicen los comentaristas de tesis sobre tal jugador o tal jugadora que están «muy metidos» en el partido.

Estamos implicados cuando estamos afectados por lo que pasa: algo nos toca, algo nos llama, algo nos conmueve. Lo que «nos mete» en una situación es del orden del afecto. No por nada decía Platón que el buen maestro no enseña el objeto de conocimiento, sino antes que nada el amor por el objeto de conocimiento. Es capaz de afectar.

Atención es la facultad necesaria para sostener situaciones de no saber, situaciones no organizadas por un modelo, un código previo o un algoritmo: situación de aprendizaje, situación amorosa o situación de lucha. Es la capacidad sensible que nos permite leer señales no codificadas: energías, vibraciones, deseo. Sin atención, es decir sin trabajo negativo y escucha de lo que pasa, la situación se estandariza rápidamente y repite una imagen previa: aula vertical, pareja convencional, política clásica.

No hay personas más inteligentes que otras dice el filósofo Jacques Rancière, sino que hay atención y distracción. Hay situaciones de atención y situaciones de distracción, situaciones que activan nuestra atención y situaciones que la apagan. Inteligencia es atención, estupidez es distracción. Nos volvemos inteligentes cuando estamos dentro de lo que vivimos y estúpidos cuando nos salimos.

Nuestro mundo está compuesto mayoritariamente de situaciones estupidizadoras que nos sacan del partido: situaciones de representación donde delegamos en otros (medios de comunicación, políticos) nuestras potencias de atención, situaciones de mercado regidas por principios abstractos y homogéneos (rendimiento, lógica de beneficio), situaciones codificadas donde algoritmos desconocidos organizan los comportamientos, las elecciones y los gustos.

En nuestra mano queda abrir situaciones singulares de pensamiento, lucha y creación donde volvernos juntos más inteligentes activando la atención a eso que pasa entre nosotros.

 

https://www.eldiario.es/interferencias/crisis_de_atencion_6_887921222.html

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we gonna burn a sunset

virile · the blaze

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